miércoles, 23 de octubre de 2013

SUBIDA A LA ERMITA DE SANT ELM
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 Este atardecer decidí triscar por el monte siguiendo la ruta que llega hasta lo alto de un altozano,  donde entre  acantilados se divisa la inmensidad del mar. Desde casa a paso lento son quince minutos.

 Allí dormita una  ermita, discreta y  muy simple, que mira con paciencia de siglos un basto horizonte, mientras  un silencio muy dulce la envuelve.
 El mar desde lo alto parece casi detenido, una inmensa mole, poderoso y potente,  girando y girando, inerte, sin tiempo, como algo absoluto y perenne. 

La ermita a su lado resiste, callada y humilde.