Queridas hermanas nuestras, que somos muchos en la familia: Hoy me acordé especialmente de vosotras dos, mientras me probaba un nuevo bañador para la pisci del barrio, donde nado cada día un rato para desentumecer el trocanter (final del fémur con la cadera) y ayudarme así a agilizar el paso, pues ando con dificultad aunque ya sin dolor al saber ir chino-chano.
Me probaba, digo, un nuevo "vestit de bany" -según el que me atendía- y os recordé, porque allí metida en el probador frente al espejo...me vi mayor...mi imagen se resistía. Rodeada de la talla 44 hube de subir a la 46, horror, en tonos negros y sosos; la verdad, no lo esperaba, ¡sorpresa amarga del día! Y es que los bañadores tiran de otras medidas, claro, sino ¡no lo comprendía! Pero el espejo no me mentía y hube de adaptar mi visión sentándome a mirar tranquila, algo apenada y pesarosa, eso sí, aunque a la vez sonreía; ahí estaba yo, aquella niña morena y larguilucha, patalarga, con su pelo ondulado de toda la vida y esas ojeras... y esa sonrisa, porque cómo no sonreír a esa niña, aquélla que fue en sus largos veranos -tres meses entonces de vacaciones- que hoy se miraba al espejo algo pasmada viendo pasar los años con esos cambios, esos adioses al cuerpo que ya fue...y cómo no abrazarla bien fuerte ahí sentada mirándose.
Con el paso del tiempo lo que una gana es quererse.
Carmina y Marité, os fuisteis a mi edad, año arriba o abajo, qué más da, y cuando os recuerdo celebro, ya sin veros, todo este deshacernos que no visteis ...esta decrepitud del tiempo, los años y el envejecimiento. Porque algo bueno -por llamarlo de alguna forma- tiene que tener también el saber irse a tiempo .