Se acaba de producir uno de los momentos solemnes que cada año me anuncian el inicio del cambio de estación: la llegada de mimosas a mi estudio.
Triscando por una vereda, que bordea una tapia de piedra, se llega en un minuto al campo desde casa. Llevo esperando tres semanas a que la Mimosa que sobresale por encima de la tapia dé sus flores, sus perlas amarillas desmayadas.
En medio del viento frío de la tramontana pude al fin hoy acercarme y bajar las ramas, disfrutando como una cría...discretamente robándolas.
Me salieron dos ramos, un lujo gratuito de olor y magia.
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