París para mí es un río y en él un barco pilotado por Notre Dame, su eje y su núcleo.
A partir de ahí miro el cielo azul intenso tras la lluvia y enmarco edificios rectilíneos, perfectos, coronados de nubes espumosas con fondo de cornisas entre árboles de troncos aún húmedos, oscuros, casi efímeros.
París son puentes que acercan cafés repletos, donde la gente en una mesa mínima, rodeada de sillas trenzadas como en un jardín muy bello... se explican la vida como en otros tiempos.
París es la elegancia en el mínimo gesto. De esta ciudad me enamora la fuerza cultural que la mantuvo siendo el centro del mundo.
Chic, coqueta, entretenida mirándose su ombligo, París tiene el encanto de la mujer que mira sin delatar su sentimiento.
Desgarrada y perdida, decadente, oscura y a la vez un astro de luz que te deja perplejo.
París es París; me rindo.