jueves, 25 de febrero de 2021

sábado, 20 de febrero de 2021

Don Mirlo

Acabo de ver desayunar al Mirlo en el largo poyo de mi terraza. Negro él, amorrado su pico amarillo al ladrillo rojo, se dibujaba volátil contra los pinos verdes del parque al fondo. 
Amanecía.
Y es que entre las rendijas de los ladrillos dejé caer hace semanas un sembrado de migas de pan por si las moscas...y aún estaban.
 Hasta ahora don Mirlo comedor tiraba de bayas rojas y espléndidas de mi Esparraguera, pero el otro día observé que ya se las zampó todas -tras unos días de duda moral, decidí quedarme sin ellas  para poder verlo de cerca- y deduje entonces que no volvería. 
¡Pero ahí estaba hoy! Se comía las migajas olvidadas  con una total fruición! 
 Mientras picotea debo de ser una estatua, no deja de mirar de reojo y de tanto en poco gira la cabeza a un lado y a otro, no se fía.
Animales, pensaba yo...naturaleza en estado puro en plena ciudad, !qué lujo!

Me invitan a reflexionar los Mirlos estos, su forma de estar tan distinta a la nuestra, siempre alertas; desde mi perspectiva humana diría que son desconfiados...¡y nosotros dándonos tantas veces de morros en la misma piedra!
 El humano capaz de la más alta tecnología o de crear su propia lengua, su propia cultura, cae una y otra vez en el abuso mental del miedo y en la ignorancia de sí mismo y de sus sentimientos. Los animales no, ellos siguen desarrollando sistemas de adaptación -algunos sofisticados- y continúan sin descanso afinando su instinto. 

Y me pregunto yo si su fuerza no radica en ser tan suyos, tan propios, tan individuales dentro de su colectivo como especie.
Me pregunto yo si esta educación nuestra  tan dependiente unos de otros, en la que el individualismo está en muchas ocasiones mal interpretado, no será la causa quizá de esta pérdida notoria de nuestra fuerza vital como individuos.
 El gran atractivo del animal radica sin duda en ser ellos mismos.

sábado, 13 de febrero de 2021

viernes, 12 de febrero de 2021

Toña

Esto era una vez una familia con ocho hijos llegada a Barcelona en 1949 en pleno franquismo. Curiosamente al cabo de unos años -dejémoslo ahí- nací yo y me amadrinó mi hermana Toña, que entonces contaba 18 años. 

Y así empezó todo entre nosotras, hasta hoy que ya con 87 está ingresada en un hospital casi ciega y sorda, diabética  desde hace tiempo y sin ganas de nada, aunque guarda su genio de mil diablos...y su ternura.
Fuerte, resolutiva, capaz, preparada, muy inteligente, dispuesta - además de bella- y sobre todo generosa con su gran familia. Así ha sido Toña.
Hermana mayor, mi padre se apoyó en ella, ambos farmacéuticos tuvieron tema de sobras.

Estos días la siento muy cerca,  desde que murió mi madre, hace ya doce años, he ido mucho a verla...el virus lo ha espaciado, pero pude abrazarla en varias ocasiones, consolarla y expresarle el afecto de la hermana más chica... y es que esta Toña  fue cariñosa conmigo cuando fui niña, ejerció de madrina eficaz y solícita ...no falló una...sólo que ya adolescente las cosas cambiaron y su rechazo creó una larga distancia,  que oscureció durante muchos años lo bueno y sano de ser hermanas.

Pero vivir enseña y las dos creo aprendimos. Ahora -y ya hace tiempo- no hay más que bellos recuerdos y mucho agradecimiento...no a nosotras-par de pavas- sino al hacer de la vida, a sus bondades que todo lo aminoran y apaciguan.

Al final queda lo que somos de fondo y de base: puro amor y reconocimiento. El amor salta por encima de ideas y moralismos, supera posiciones antes enconadas, suaviza esquinas y olvida, el amor olvida lo superfluo y te abre suave por dentro. 
El amor te afloja haciendo a la vez de ti una roca, porque te ancla en una simple verdad...la de que somos sin saber  y somos buenos queriéndonos como podemos.