Viajar por Francia es un sueño, pues siempre la idealicé. Soy francófila de adopción y muy poco anglosajona, una lástima, porque Inglaterra tira...y Escocia es deliciosa, pero me educaron mirando a Francia y hasta ahora eso funciona.
Este último viaje a Lyon, Colmar-corazón de Alsacia- y Estrasburgo ha supuesto un baño de ilusión. Estar en ciudades bañadas de ríos caudalosos, enormes, colmados de espacios, de árboles a lo largo de sus márgenes, de paseos escuchando ese acento gutural y saltarín, amable del francés de calle y poder hablarlo algo mejor, encontrar breves diálogos, mezclarse en sus ritmos, su estilo de vida y entre esa suave elegancia que sabe ser a la vez contenida y exacta...además de expresiva...a mí me llena.
Y entonces vivo mi sueño, un sueño de amor a esa tierra que sabe cuidar de sí misma. Pueblos bellísimos, calmos, colmados de diferente riqueza. Pueblos cuidados con sus casas sencillas de colores vivos unos, otros dulces y apagados, desvaídos. Repletos de flores. Alegres y señoriales, simples y delicados. Pueblos amados.
Mi sueño consiste en creer que ese amor tan lleno de perfección es posible...hasta que sé que sólo es sueño y despierto a esta realidad del amor tal cual, imperfecto y a veces solitario, apresurado, fugaz, oculta su belleza tras un velo de incomprensió a ratos por falta de expresarse.
Y por eso escribo y hago fotos. Para destaparlo.
miércoles, 9 de noviembre de 2016
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