jueves, 11 de octubre de 2018

UN LARGO VIAJE

Ayer tarde hice otro de mis recorridos por el barrio dejándome llevar desde la plaza Bonanova por las calles solitarias llenas de espacio y aire, sin apenas coches, entre chalets ajardinados y casas antiguas señoriales cobijadas bajo sus árboles, divisando aún más cerca la mole verde de Collserola rodeándome. Abajo, Barcelona, de un azulado líquido y difuso,  evanescente línea de mar, se estiraba diminuta al borde del agua. 

Me dejaba llevar sin intención alguna salvo caminar en paz conmigo misma y dar un final dichoso y complacido al día. Muchas calles me eran conocidas, había estado sentada en algunos bancos de algunas plazas y sabía bien qué casas y jardines eran mis preferidos. Pero nada se repite igual si la mirada lo ve desde un espacio abierto y confiado desde el alma misma que camina. Poco a poco la mente se acomoda a no pensar, desaparece el juicio, y observas cómo el espacio se transforma en un recorrido personal trazado en el momento. Entonces todo deviene dulcemente nuevo, esa calle de casas bajas y humildes, viejas de tiempo, tomada desde arriba es un encanto con otra perspectiva, al fondo el mar, mientras  descubres placas, nombres, azulejos tocados por el tiempo, árboles que antes no habías visto, un rincón nuevo, desconocido, un giro en un recodo, y sobre todo una mirada nueva, única en ese "ahora" del instante mismo. 

Acaba el día y me siento en las pocas escaleras de un sencillo monasterio, las monjas del Carmelo cantan dentro, pero lejos; atenuado suena un órgano. Silencio. Un vientecillo tímido mueve algunas hojas colganderas de un álamo temblón y el sol inicia a mi espalda su caída amarillenta entre nubes de tormenta. Estás sola dentro de tu LARGO VIAJE y te sientes bien en él.
Tu soledad te ha llevado de nuevo  a disfrutar y lo agradeces.