jueves, 25 de enero de 2018

EL ASCENSOR

Introdujo la llave y giró sin prisa el pomo del portal, vacío y sin alma. La oscuridad pedía a gritos encender unas cuantas luces mortecinas. Lo atravesó a zancadas para perderlo de vista y pensó que tenía suerte px el ascansor esperaba abajo y llegar a casa sería más rápido. Subía cansada mirando el techo. Nada le hacía presagiar que en un instante cambiaria su vida.

De golpe, un vertiginoso acelerón la lanzó al suelo y se vio propulsada a un viaje de vértigo; en un segundo un ruido atronador la envolvió y fue escupida literalmente sobre la hierba fresca, que alfombraba toda la azotea del edificio. Pasmada abrió los ojos, cerró la boca y vio una multitud que se agolpaba alegre sin reparar en ella. Tumbonas, sofás, sillones y sillas abarrotados aquí y allá dibujaban un espacio entremezclado de casas de Gaudi con los más bellos diseños de jardines de Rubió i Tudurí. Sin saber cómo se encontró caminando entre la gente de terraza en terraza por los diferentes barrios de la ciudad en medio de una música que invitaba a seguir disfrutando de una Barcelona nueva e inusitada desde lo alto. Al cabo de un rato no le resultó extraño ya encontrarse sentada charlando animadamente y sentirse una parte más de aquel tumulto tan variopinto e inesperado.

No muy lejos la luz tenue del atardecer perfilaba la línea mansa del Tibidabo y abajo el mar de la Barceloneta le pareció a dos pasos.

(acuarela de Álvaro Requena)