Enjuto, espigado, altanero y sobre todo blanco, Tirante -nombre de décima generación ininterrumpida - buscó con succión su talismán secreto para llevar a buen término la misión requerida: ¡sus tirantes! Sin ellos no sentía su fuerza, sin su latigazo en el pecho no podía pensar maquinando salidas o liberando entuertos. Este talismán era la potente herencia familiar mantenida de padres a hijos, el potencial mágico de los Tirante el Blanco; aún veía a su abuelo diciéndoselo en una calurosa tarde de verano allá sentado al fondo del jardín bajo el gran árbol. Colgando de una de sus ramas, lo escuchaba...él entonces un crío de apenas nueve años:
- Los Tirante el Blanco nacimos para reencauzar el mundo y en concreto esta ciudad sumisa y adormilada. Para eso poseemos esta arma única, que azota con fuerza nuestro cuerpo espoleándo; entonces, la sangre corre dentro regenerándonos.
A ver...entender él, no entendió nada, pero le bastó con ver su cara y su mirada, perdida en un abismo como una bala que acaba de ser lanzada. Y así imaginaba hazañas mientras iba soñando batallas de héroes, blasones, medallas y concurridas conmemoraciones de reconocimiento ciudadano a una de las grandes familias de la burguesía catalana, que en los años 30 aún quedaban viviendo en las grandes mansiones de la parte alta de Barcelona, La Bonanova. La suya era ahora un delicioso parque urbano, La Tamarita, ubicado casi al límite con la Sierra de Collserola. En esa sierra la familia en los siglos pasados veraneaba en su finca de veinte hectáreas en una gran casona o masía antigua, que a lo lejos miraba indiferente al mar desde las terrazas.
Cuando en los años estos de su madurez sentía nostalgias, se acercaba sigiloso a pasear en silencio por la Avenida del Tibidabo bajo sus Plátanos. Allí quedaban aún firmes los palacetes y las casas señoriales...aquéllas en las que había jugado y merendado tantas veces siendo niño. Recordaba a sus dueños, como los Dalmau con su hija Carmencita tan bella de niña y luego franquista liada a tortazos siempre por la bandera...o a los Pujorles i Ferrusona, catalanistas ellos, espantados de ver los cambios feroces que se vivían en España. Pero sobre todo recordaba a aquel barbudo sesentón, al gran magnate de las pastillas para la tos, el doctor Andreu, que compró por cuatro chavos - asociado con su padre- la pelada y seca montaña del Tibidabo para urbanizarla...¡y vaya si lo consiguio!
Paseaba muchas tardes de verano buscando sombras en su Tamarita y gustaba especialmente de sentarse mirando los dos abetos que plantó su hermano Jordi en el íntimo jardín lateral que llevó luego su nombre. Allá rememoraba historias familiares. ..como aquélla de su padre intentando atrapar por sorpresa a la Marieta, mie
ntras su madre tontamente miraba hacia otra parte...o aquella otra del joven jardinero...mirando con deleite desde lejos a su hermana y ella juguetona sonriéndole sabiendo ambos vete a saber qué líos apañados. ¡Ay Tamarita de cuántos besos tapados!
Pero nada, la vida cambia; ahora vivía en un bloque enorme de pisos de ladrillo al que entrabas por un pasaje que acababa en el Tenis Barcino, donde aprendió a pelotear de crío. Todo quedaba en el barrio, aunque ahora no le gustasen sus vecinos...y justamente tenía que contar con ellos para formar la célula operativa esa de las Capas Negras Voladoras, que lideraba ESPEDOSA; sobre todo no le gustaba su vecina del quinto...y no sabía el porqué, quizá su fuerza tan lejos de la delicada feminidad o tal vez esa falta de sumisión o ese tono bravo que a veces asustaba, esa forma de mirar directa diciendo lo que pensaba. Era atrevida... y además con ese ojo algo raro le recordaba a una espía de un TBO barato. Total, que decidió que ella quedaría fuera del grupo. La del quinto haría de detonante sorpresa y movería sola otros hilos.
En lo oscuro de su casa, fue maquinando víctimas. ..la sexy fijo -un bomboncito fácil de manejar- junto con los jubilados del quinto primera. Otro gallo más difícil de pelear sería la presidenta, separada y sola con dos hijos lo veía todo de forma estrecha, pero era lista y a la larga sería su mano derecha. El resto del grupo fue cayendo por afinidades vecinales y en menos de una quincena lo tenía ensimismado o lo que es lo mismo, completamente engañado. Les "vendió la moto" haciendo un caramelo apetitoso de un genial salto al vacío y liarse luego a capotazos volando. ¡Ah, esas capas negras lo tenían estresado!
Y así fue como su abuelo desde el cielo pudo ver cómo un Tirante, aquél de las charlas del jardín colgando de un árbol, se convertía al fin en el héroe soñado ...un triste héroe tal vez...¡de tomo y lomo y bien zafio!
(continuará )