miércoles, 22 de julio de 2020

Entrega 8 - Familia de Tirantes

 Aceptó sin dudarlo. Que contaran con él siempre le seducía y ahora más que nunca, pues era un asunto de urgencia internacional y aunque le sacasen de su dolce letargo primaveral "confitado" -preferia endulzar el duro confinamiento de Barcelona- la ocasión lo merecía. O sea que en  cuanto le sonó el móvil  no dudó en seguir las normas estrictas de ESPEDOSA y ponerse manos a la obra. 
Enjuto, espigado, altanero y sobre todo blanco, Tirante -nombre de décima generación ininterrumpida - buscó con succión su talismán secreto para llevar a buen término la misión requerida: ¡sus tirantes! Sin ellos no sentía su fuerza, sin su latigazo en el pecho no podía pensar maquinando salidas o liberando entuertos. Este talismán  era la potente herencia familiar mantenida de padres a hijos, el potencial mágico de los Tirante el Blanco; aún veía a su abuelo diciéndoselo en una calurosa tarde de verano allá sentado al fondo del jardín bajo el gran árbol. Colgando  de una de sus ramas, lo escuchaba...él entonces un crío de apenas nueve años:
- Los Tirante el Blanco nacimos para reencauzar el mundo y en concreto esta ciudad sumisa y adormilada. Para eso poseemos  esta arma única, que azota con fuerza nuestro cuerpo espoleándo; entonces, la sangre corre dentro regenerándonos.
 A ver...entender él,  no entendió  nada, pero le bastó con ver su cara y su mirada, perdida en un abismo como una bala que acaba de ser lanzada. Y así imaginaba hazañas mientras iba soñando batallas de héroes,  blasones, medallas y concurridas conmemoraciones de reconocimiento ciudadano  a una de las grandes familias de la burguesía catalana, que en los años 30 aún quedaban viviendo en las grandes mansiones de la parte alta de Barcelona, La Bonanova. La suya era ahora  un delicioso parque urbano,  La Tamarita, ubicado casi al límite con la Sierra de Collserola. En esa sierra  la familia en los siglos pasados veraneaba en su finca de veinte hectáreas en  una gran casona o masía antigua, que  a lo lejos miraba indiferente  al mar  desde las terrazas. 
Cuando en los años estos de su madurez sentía nostalgias, se acercaba sigiloso a pasear en silencio por la Avenida del Tibidabo bajo sus Plátanos. Allí quedaban aún firmes los palacetes y las casas señoriales...aquéllas en las que había jugado y merendado tantas veces siendo niño. Recordaba a sus dueños, como  los Dalmau con su hija Carmencita tan bella de niña y luego franquista liada a tortazos siempre por la bandera...o a los Pujorles i Ferrusona,  catalanistas ellos, espantados de ver los cambios feroces que se vivían en España. Pero  sobre todo recordaba a aquel barbudo sesentón, al gran magnate de las pastillas para la tos, el doctor Andreu, que compró por cuatro chavos - asociado con su padre-  la pelada y seca montaña del Tibidabo para urbanizarla...¡y vaya si lo consiguio!  
Paseaba  muchas tardes de verano buscando sombras en  su Tamarita y gustaba especialmente de sentarse mirando los dos abetos que plantó su hermano Jordi en el  íntimo jardín lateral que llevó luego su nombre. Allá rememoraba historias familiares. ..como aquélla de su padre intentando atrapar por sorpresa a la Marieta,  mie
ntras su madre tontamente miraba hacia otra parte...o aquella otra del joven jardinero...mirando con deleite desde lejos a su hermana y ella juguetona sonriéndole  sabiendo ambos vete a saber qué líos apañados.  ¡Ay Tamarita de cuántos besos tapados!
Pero nada, la vida cambia; ahora vivía en un bloque enorme de pisos de ladrillo al que entrabas por un pasaje que acababa en el Tenis Barcino, donde aprendió a pelotear de crío. Todo quedaba en el barrio, aunque ahora no le gustasen sus vecinos...y justamente tenía que contar  con  ellos para formar la célula operativa esa de las Capas Negras Voladoras, que lideraba  ESPEDOSA; sobre todo no le gustaba su vecina del quinto...y no sabía el porqué, quizá su fuerza tan lejos de la delicada feminidad o tal vez esa falta de sumisión o ese tono bravo que a veces asustaba, esa  forma de mirar  directa diciendo lo que pensaba. Era atrevida... y además con ese ojo algo raro    le recordaba a una espía de un TBO barato. Total, que decidió que ella quedaría fuera del grupo. La del quinto haría de detonante sorpresa y movería sola otros hilos. 
En lo oscuro de su casa, fue maquinando víctimas. ..la sexy fijo -un bomboncito fácil de manejar- junto con los jubilados del quinto primera. Otro gallo más difícil de pelear sería la presidenta, separada y sola con dos hijos lo veía todo de forma estrecha, pero era lista y a la larga sería su mano derecha. El resto del grupo fue cayendo por afinidades vecinales y en menos de una quincena  lo tenía ensimismado o lo que es lo mismo, completamente engañado. Les  "vendió la moto" haciendo un caramelo apetitoso de un genial salto al vacío y  liarse luego a capotazos volando. ¡Ah, esas capas negras lo tenían estresado! 

Y así fue como su abuelo desde el cielo pudo ver cómo un Tirante, aquél de las charlas del jardín colgando de un árbol, se convertía al fin en el héroe soñado ...un triste héroe tal vez...¡de tomo y lomo y bien zafio!

                      (continuará )

   

jueves, 9 de julio de 2020

Entrega 7-El vuelo de sant Joan

-Colau! ¡Aquí Tirante el Blanco! ¿Me escucha?
Tirant lo Blanc...si acaso. Sorprendida la alcaldesa rebobinaba su intelecto intentando poner al día su bachillerato. La llamada le extrañaba...aunque tras el lance del vuelo encapotado de la noche todo era posible.   Tragó saliva y se metió de lleno en el oscuro túnel que le tendían:
  -sí, sí. .. le escucho. Diga, diga- no respiraba siquiera.
- Oiga ,señora. No hay tiempo que perder. Mire, le hablo desde la plaza Molina, epicentro de la movida. Dirijo un comando operativo al más alto nivel internacional con sede alternativa en Barcelona y debo comunicarle que su ciudad ha sido elegida como piloto de pruebas de la Capa Voladora ESPEDOSA -la Colau  saltó  de la cama de un brinco- de ahí que me dirija a usted a estas horas intempestivas.
-Pero, pero...a ver, a ver, explíquese!!- y se encerró en el baño, su lugar secreto;  cuanto más liada y emocionante se ponía  la cosa, mejor iba de vientre.
-Seré breve, alcaldesa. La ciudad está colapsada de capas negras volando por el aire en estos momentos. ¿Le suena de algo?
¡Vaya qué si le sonaba! Y así dicho, ni abrió la tapa del water. Ojerosa y como con resaca tras esa noche loca volando y con  sólo cuatro horas de sueño sobre los párpados,  nuestra Ada tiró  de imaginación para no derrumbarse viniéndose abajo tras el colapso circulatorio anunciado. ¡Ella que había planeado un triunfo seguro ...  un futuro glorioso del Consistorio... y ahora esto! Tragó saliva -de ésta se salía- zimbreo cintura, metió estómago y mirándose al espejo espejito del baño... supo una vez más que ella era...la única,  auténtica salvadora de una barcelona hecha un gurruño.
La magia del instante le devolvió su fuerza. Salió al pasillo, se plantó en jarras -quién va a poder conmigo, pensaba- y sacudió esa melena de leona al viento y  supo sin dudarlo que aquel era el momento: ¡estrenaría la tostadora!
¡Ah!... no hay como comer cuando la cosa se pone fea. Y en dos zampadas se hinchó de tostadas en la cocina, mientras buscaba detrás de su estómago una salida honrrosa a tamaño descalabro descapotado.
De pronto y tras un bocado de pepinillos en vinagre que eran sus delicias matinales para chutes magistrales. ..el cerebro se le iluminó y dio de bruces con la dura realidad: 
¡¡¡Esa noche era sant Joan!!! 
Salió al balcón desesperada, ¡todas las capas volaban!.
De golpe - y nunca mejor dicho- una capa negra le abofeteó en la cara.


Pero bueno, ¡la tía le había colgado!. El Tirantes se recomía de rabia en el banco de la plaza, mientras todo el Comando miraba al cielo rezando, claro. 
Capas y capas dibujaban mil formas en el espacio. La circulación abajo se había detenido y empezaba un tenso silencio... algunos coches encendieron los faros, tal era la negrura por momentos. 
Un día de sol espléndido,  nacido como hacía siglos tras la bocana del puerto, sobre las playas...dulcemente manso...se había transformado en un infierno. 
La plaza Moina era un hervidero oscuro, casi tenebroso. 
Rendidos  ante lo inevitable del fracaso sólo se oyó de nuevo un tirantazo; el látigo se avivaba de nuevo  y de entre las sombras un rayo de luz blanca obligó al grupo a encararlo. Tirante el Blanco emergía solemne y transfigurado:
-¡Ahora chicos hay que activar el Protocolo de Emergencia! la delegación italiana tenía esto previsto...en su país las capas se dispararon sin control como con el virus y sabían que aquí pasaría lo mismo.
-¡Mirad, mirad... es que se empujan cogiendo sitio! -la sexy no daba crédito...en el cielo había hasta gritos.  
Allí arriba la juerga era imponente. ¡Qué experiencia tras el confinamiento, volar dejando pasar el tiempo!


La presencia de su madre acudía de nuevo en su auxilio. Luchadora especialista en casos extremos -tras el parto de su Adita lo  primero que preguntó fue por los presos políticos en pleno franquismo-  siempre que se liaba parda recordaba sus consejos como  por ejemplo  aquél de cómo sacar moscas de casa sin tener que matarlas. Situémonos:
Veamos un pelotón de moscas volando en círculo por la sala. Es verano, la siesta. Zumban. Molestan. Te despiertan e irritan. Normal hasta aquí. Pero su madre no se inmutaba, cerraba puertas,  atrancaba ventanas corriendo cortinas...sólo dejaba entrar un potente rayo de luz desde fuera. Y esperaba tranquila;  en un momento todas las moscas salían.
¡Eso era! El cielo era la sala, las capas las moscas. Dejarlos volar hasta que solos se hartaran. No aumentar barullo...no asustar a la ciudadanía...dejarlos hacer y ellos solos bajarían. 
Se sentó tranquila, el balcón abierto, mirando a lo lejos; confiaba en el sentido común que tantas veces demostró el pueblo. Y allí -y sin venir a cuento- una lágrima de emoción acarició su mejilla...la misma del tortazo de hacía un momento. 

Pasaba la tarde y en la plaza la desesperación del grupo aumentaba cortando el aliento. Desde la Sede Central Operativa de ESPEDOSA enviaron un Protocolo larguísimo para activarlo en caso de emergencia -y con ese calor de verano- un  Protocolo aceptado a ciegas por el Comité Central sin experiencia alguna. Era un suicidio.
 De pronto sonó  el móvil y los sacó de dudas en cuestión de segundos:
-Ah! Bien alcaldesa. Sí, bueno. Lo vemos- colgó Tirante casi sonriendo...y miró hacia arriba.
Nadie podía creerlo...los puntos negros, las moscas, iban desapareciendo. Un cielo azul   apareció de nuevo. ¡Protocolo al cuerno!

En menos de una hora toda Barcelona dobló su capa sobre la cama, olvidándola, cogió los cohetes e inundó terrazas, las calles, las plazas.
 Se encendió la mecha, Sant Joan despegaba. 
En plaza Molina se inició una hoguera, ¡tres mil mascarillas mezcladas ardían en ella!

                     (continuará )