sábado, 11 de abril de 2020

Ahora lo pequeño

Lo pequeño. Quizá porque soy la menor de nueve hermanos, esta palabra adquiere para mí un significado entrañable. Desde mi perspectiva terráquea de "la peque" los otros en casa me parecían titanes por inaccesibles y distantes,  a ratos también amables; la hermana más cercana me llevaba cinco años infranqueables. Total, que me he pasado mi infancia a mi aire - mi vecina Mari a mi lado, o con Mari Carmen, de un bloque cercano- y en ese trance, mis diez primeros años,  tiré de imaginación para suplir lo amargo de un encierro muy particular, pues vivíamos en un extremo del barrio de Horta y las salidas diarias eran para ir a un colegio de monjas.

Pero allí había un jardín, en su totalidad ocuparía quizá media hectárea; rodeaba la casa y delante se dibujaba un pequeño montículo para trepar entre pinos y acacias y al fondo se extendía una huerta trasnochada y casi yerma, que puntualmente aún iba regalando frutos: ciruelas,  cerezas, almendras, limones y nísperos...árbol especial para mí, porque a su sombra guardo una foto en brazos de mi madre.
  En fin, para una cría como yo, todo un mundo por explorar y disfrutar allí...en ese encierro. Y eso hice. Ese pulmón vegetal me acogió cada día al regresar de aquel cole horrible. Recuerdo merendar en la cocina mi Colacao con pan y mantequilla -más adelante galletas María-  y salir corriendo a trotarlo sin abrir un libro siquiera. Qué dicha escuchar los pájaros y notar el fresco, los cambios de tiempo. Qué gusto los charcos de otoño y los caracoles lentamente enseñando sus cuernecillos frágiles, las babosas reptando paredes, los últimos grillos con su cantinela. En el invierno la vida se cerraba en casa...mesa de camilla, alguna lectura, juegos de mesa entre hermanos: las cartas, el Palé, las Tres en Raya, las Damas y ver jugar  Ajedrez a los mayores. Qué amoroso el monte cuajadito de florecillas blancas y amarillas en primavera, de campanillas malvas, de diminutas prímulas azul intenso o rosas...y ese  olor de las adelfas junto al estanque donde  las ranas  croaban mientras te empeñabas en contar renacuajos negros y escurridizos  en los confines del agua. Cuánta belleza.
Y en verano las noches tras los días largos de juegos por vacaciones...tres meses: petanca, escondite, alma en pena, poli ladras, a arrancar cebollas, al pañuelo, saltar la cuerda...y al final del día las estrellas, miles, brillantes constelaciones que mi padre explicaba...silencio del Universo.

Estos días de parón global regresa a mi alma todo aquello, lo pequeño, la niña que fui...el mundo de antes mucho más simple y discreto. Y en medio de esta tristeza y pasmo general lo agradezco, porque  me enseñó a vivir ahora con menos y me regaló mi mundo de dichas y sueños...lleno de mis propios símbolos y alejado de todo este drama que inunda las redes, los medios  y algunas de las voces que escucho de amigos.
He elegido nuevamente sentir como siento.