lunes, 27 de febrero de 2017

BALL DE GITANES (Baile de Gitanas)

Qué bello!, no? Ball de Gitanes en una mañana de domingo de uno de los pueblos que rodean el Parc Nacional del Montseny, Sant Esteve de Palautordera. Baile en el que las mozas bailarinas se atavían especialmente con ramitos de mimosas en la cabeza, cuentan. Baile ritual que celebra el inicio de la primavera. Baile al que al final, oh sorpresa, nosotros tan ufanos, por azares de esta vida, no asistimos.

Y lo explico: hemos pasado allí este final de semana en un pequeño aparthotel silencioso y rodeado de bosques, muy cercano al pueblo, y desde el que divisábamos la enorme mole del Montseny, azul y delicada , tendida sobre los prados verdes con esas nubes tempraneras haciéndole de gorrillo blanco, o de bufanda al caso,  algodón deshilachado...bello...que no pudimos resistir la tentación de acercarnos a verlo.
Hubo que elegir y decidimos caminarlo a nuestro ritmo. Palo de montaña en ristre y chino-chano.

Pasamos la mañana del domingo triscando por senderos fáciles, anchos, marrones en sus bordes por la hoja de abeto caída entre sus márgenes. La quietud era total, amenizada por un coro de pájaros a cual más entonado y pizpireto, hasta llegar a un alto en el que nos cobijamos a la sombra, ya cansados rezongando,  para recrearnos la vista extendiéndola sobre el monte abierto y soleado,  las cumbres altas, bajo ese cielo limpio, tonificante, diáfano. Azul intenso. Ni una nube, ni un pájaro, ni un sonido cruzaban ese espacio inmenso.
¿Qué hacer entonces?¿Algo que añadir a la dulce intensidad de ese momento?





Cuando hoy al irnos atravesábamos la plaza del pueblo, pude recoger seis ramos chicos de mimosas en el suelo olvidados. Los tengo aquí a mi lado, mientras  escribo.
¡La gitana mayor tuvo su triunfo sin mover un dedo!

lunes, 6 de febrero de 2017

Sol de invierno en Forasté

Estoy sentada al sol en mi pequeña terraza entre las plantas... ciclámenes del frío, el jazmín colgandero, el parterre del Ibiscus y las pinchudas esparragueras que rodean las ventanas.

Hay un silencio en la calle, un pasaje, que  permite estar en paz mientras escuchas el piar de los pájaros -aunque los mirlos desde unas obras no cantan como antes- y te invita a sentarte afuera entre la calma los días de este  sol, despacio. Delante de mí las terrazas, algunas de ellas con grandes árboles. Un perro  saluda casi siempre, es enorme, negro, de raza. Su dueña es una mujer mayor que tiene un dúplex ajardinado muy cuidado,  el perro campa arriba y abajo. A veces suena un piano.


Desde esta altura llegan de la calle sonidos de pasos, voces, niños que corren y el afilador a ratos perdidos de vez en cuando. Los coches, las motos, descienden deshilachados con sus dueños ya cansados; la mayoría despacio pues buscan el hueco donde aparcarse.
Porteros uniformados con el mono azul barren su entrada, todas con jardín, a primera hora. Riegan y charlan. Te escudriñan cuando pasas.

Relucen al sol los tejados, brillan algunos entre  ropa blanca, que se mece al viento suave...como sin ganas. De tejas la mayoría, chatos, bajos, los hay  negros de pizarra.
Al fondo un cielo muy ancho que se pierde entre los pinos, que cimbrean la cumbre chica de un parque alto, circular, que da justo al otro barrio.
Más a lo lejos la calle se abre un trocito al mar bajo la mole oscura del macizo de Montjuich. Tras ella, los trasatlánticos enfilan la orilla del Mediterráneo...blancos, diminutos, casi perdidos por el espacio.

Pero toda manzana lleva un gusano, dicen. En nuestro edificio, que es ancho de entrada, han puesto un bar y andamos algo alterados, por no decir cabreados.
Estamos viendo qué pasa y ya os mantendré informados.