lunes, 3 de agosto de 2020

Entrega 9- La del quinto se desquita.

Más abajo no podía caer...el batacazo contra el suelo
 fue descomunal; estando en la azotea tan cerca del cielo se sintió arder en un infierno. 
Abrió  los ojos...¿qué había ocurrido? ...un grupo de locos se había tirado al vacío y los muy... tararí ...volaron y ¡desaparecieron! Ella lo había visto...pero ¿qué podía hacer...a dónde ir...?¿Echaba a correr?... ¿Podía gritar aquello de ¡auxilio,  auxilio, auxilio!? 
Paralizada por lo vivido parecía un buque en dique muerto. Anonadada y muda de espanto eligió dejarse ir, no luchar... y  echarse a llorar.¡Pufff, qué alivio! Cada lágrima era un espacio abierto, un respiro que la adentraba más y más adentro de su corazón maltrecho, donde al fin encontró resuello.
 
Anclada aún al suelo aprovechó para practicar aquello de notar el cuerpo y estiró las piernas, los brazos, el cuello...dejando salir algún suspiro de alivio.

Sin haber provado bocado en todo el día, aún pudo ver delicioso el vuelo desatado de las golondrinas...o quizá eran vencejos...  los aviones voladores que arrasaban los balcones de verano pasando en rasante justo delante. Vencejos negros como capas negras -pensó - aquéllas que vio volar no hacía mucho. La mente le dio un vuelco  regresando alocada al dolor de aquel salto; ¿quién la iba a creer? -se preguntó- ¿a quién iba a contárselo?.
De nuevo aflojó más y más el cuerpo y el deseo de obtener respuestas, claridades, certezas, soluciones. Nuevamente supo que  nada podemos controlar y menos un absurdo como ése...¡tirarse al vacío volando! Allá ellos, ya eran mayorcitos.

Inútil es luchar contra los acontecimientos... es más sabio hacerse a ellos; la edad le había enseñado eso. Ella, una luchadora empedernida antes, había al fin hallado la forma de vivir y dejar vivir...de dejar que las cosas fueran y acompañarlas sin oponerse a ellas.  La gente, los hechos, sucedían nos gustara o no; eso es todo...y pasaban como pasa la noche y luego llega el día. Como pasa la dicha pasa el disgusto y la angustia, aunque todo deja huella...en general así es la vida. Recordó entonces haber leído no hacía mucho un texto que decía que desde que naces todo es una despedida...un dejar ir, un desprenderse...un no agarrarse a las cosas, la gente.

Y decidió quedarse,  pasar el rato dejando que aquellos locos escribieran su parte de la historia. 
Soltar, soltar...hasta saborear un "Fracaso feliz" ... el título de aquella obra de Herman Melville, que tanto le gustó leer, porque transformaba lo horrendo, la misma catastrófe  en poesía, precisamente porque no huía de una humanidad errática y adormecida. 

Pues sí, ahí  estaba ella...estirada sobre las gastadas losetas rojizas de la azotea cuan larga era; pensó que   tampoco se estaba mal  derrotada y vencida -con un buen tortazo encima- olvidada, porque no habían contado con ella. 

 Allí quieta aún pudo disfrutar de la amplitud del cielo en un  día de verano intenso,  de azul profundo, inmenso. ¡Ah, qué  delicioso estar viva!
 Y poco a poco, el hambre fue espoleando el cuerpo, dejaba atrás  los pensamientos y el movimiento de tripas le aguzó las ganas de nuevo; sin prisa  se puso en pie, miró el Tibidabo a lo lejos tan cerca con la dulzura sinuosa de las montañas coronando Barcelona. Noto un vientecillo fresco que le activó la nuca...y ahora sí que salió   corriendo escaleras abajo,  contenta; le faltó tiempo para regresar a casa, darse una ducha y tomarse un gazpacho,  mientras miraba un capítulo más de su serie preferida.
 Afuera Barcelona enorme crujía. 
                        (continuará )