martes, 20 de septiembre de 2016

La sombra como reflexión

Todos conocemos gente amiga o incluso familia,  que a su paso por nuestra vida ha instalado la distancia  al sentirse herido por nosotros.
 Años compartidos, momentos agradables, amorosos, ayuda mutua, valoraciones varias, un cariño compartido, alegrías durante los años juntos no han sido suficientes como para frenar esa brecha, que en un momento dado lo invade todo y penetra en el alma como una sombra.
El corazón así se oscurece y pide tiempo, espacio.

Reflexiono sobre la luz que toda sombra tiene, sino no existiría, y me pregunto cómo entre gente que se quiere puede llegarse a esa situación de silencio amargo. Justo a quien queremos lo apartamos, de quien estamos unidos huimos, nos distanciamos.

Bien curioso...luchamos contra nosotros mismos.

Mi experiencia me dice que el amor -si lo hubo-  permanece pase lo que pase. La luz está. Somos nosotros los que nos posicionamos armados de juicios y razones para taparla y así ir más cómodos sufriendo menos.
Y nos  lo creemos, creemos que el otro nos ha dolido, ha errado, no se ha portado bien con nosotros.
En realidad habría que preguntarse a uno mismo el porqué me duele esto o aquello y concretamente con éste o aquél,  para ir así desentrañando nuestra maraña emocional poco a poco.

No son los otros los que nos duelen, sino el dolor que ocultamos dentro.


Antonio de Requena, acuarelista.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Lo alto. Montañas de agosto

Este verano subimos alto: Pirineos de Aragón y al final de mes, Moncayo. 

Cierro los ojos y puedo oler la altura de los baños de Panticosa, el pasto, las matas, las flores, los árboles...el agua por todos lados. Una sensación que me llevaba a mi adolescencia cuando acompañaba a mi padre a analizar las aguas de Bohí en Lleida. Alturas desconocidas entonces.

Ahora, después de caminar el Pirineo catalán con un grupo de universitarios durante la carrera, a lomos tiendas y mochilas de entonces con  peso pesado, y tras viajar luego otros años  en coche por recovecos llenos de frescor y encanto, puedo decir que conozco algo el sabor de esa altura, que este verano he probado
Recuerdo la subida al Aneto atravesando el fabuloso Parque Natural que le da paso. Dormir en el refugio de la Renclusa para atacarlo de madrugada y luego bajarlo por una pedrera enorme medio corriendo entre perros y niños, mientras te sentías en el cielo del mundo.
 También recuerdo, esto en otras salida de montaña de doce días de pico en pico desde Setcases hasta Aigüestortes, el momento en el que hube de atravesar la lengua de un glaciar...mientras el grupo me esperaba ya del otro lado. Unas simples chirucas, dieciocho kilos de peso a la espalda y muchas ganas de que aquello pasara. Y lo hice sin mirar abajo.




 Otros veranos arriba en lo alto,  las  nieblas inundaban de golpe  el espacio inmenso...los valles abajo, brújula en mano el grupo seguía al que iba en cabeza, callados, despacio. Luego, al montar las tiendas y meter los pies a remojo, la charla y comentarios eran un encanto.



 ¿Quién dijo miedo? Capaces de todo a los veinte años.

Y en éstas me vi en Panticosa, recordando tiempos...al dibujar la cascada que caía absoluta desde la altura. Cambiamos...¡y tanto! Ahora las sombras, las sillitas plegables frente al paisajes...y a pasar el rato.
Perdemos intensidad con los años, pero ganamos deleite, conciencia de estar donde estamos.

Cuando unas semanas más tarde me vi en el Moncayo, el placer de lo placentero y fácil me acompañó todo el rato. El trato entre amigos, la cordialidad y esas comidas tan ricas elaboradas a su ritmo en la cocina...el silencio de afuera y esos paseos al atardecer por diferentes caminos, al final siempre la montaña, señora y callada, ventosa y pacífica...quizá en el verano.
La casa, el pueblo, la gente tan maños..el ritmo despacio. Todo me empujaba a estar en lo alto, arriba, gozando.

Agosto de monte, amigo y hermano.