Debajo de las atracciones del Tibidabo, caminando unos metros por una pendiente agradecida de sombras y vistas panorámicas sobre la ciudad, frente a una mansa fuente, que conozco yo desde chica, se encuentra la entrada a estos viveros.
El gran arquitecto de jardines Rubió i Tudurí los diseñó en 1916 para abastecer de plantas y árboles, la mayoría exóticos, la Exposición Universal de Barcelona del 1929.
La visita es plácida y muy bien construída, dando paso a un lugar de remanso y de paz de pocos conocido.
Destaca el sonido de las fuentes, sencillas y amables, chorrillos que se encadenan a lo largo del recorrido, descendiendo desde su inicio. A su alrededor, matas de olor, arbustos, variedad de árboles , algunos inmensos; especies familiares a muchos y otras desconocidas, que aquí y allí inundan de color el espacio, que explota en los meses de primavera.
A destacar por su espléndida belleza un ciruelo japonés, que este año con las lluvias rápido perdió sus flores...y también un sencillo merendero de mesas de madera, que nos invita a sentarnos y escuchar a los pájaros mientras vamos picando algo y otear el espacio aquí y allá...como si con nosotros no fuera la cosa.
No os perdáis esta entrañable visita, está abierto todos los días del año, eso sí, a partir de las once.
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