La casa se adentraba dulcemente en la noche, mientras las montañas picudas aún despedían el día en la cumbre. El valle callaba y sólo algún coche aceleraba el motor en la recta frente a la verja.
Todo se recogía perdiendo densidad, diluyéndose mansamente entre lo oscuro e incierto de la cálida noche.
Salió al jardín para cerrar la cancela, apresurando el paso bajo la hilera de tilos. Aún sentía el rocío sobre los hombros y pensó que había salido con poco abrigo.
Al regresar sintió que su hogar la acogía esparciendo ese aroma muy lejos y dentro, en el Alma.
La noche era inmensa.
Querida Pandorilla:
ResponderEliminarMe encantan los tilos y su aroma enbriagador al florecer.
Me encanta tu descripción. Es casi como la paz octaviana y bucólica de nuestros antepasados poetas.
La foto encantadora: vale hasta para hacer una acuarela (tú que sabes).
Abrazos fuertes
Andrés, siempre atento con los diferentes Blogs que seguro sigues. Gracias nuevamente por tu respuesta:
EliminarHe cambiado la foto, porque la inspiración viene precisamente de esta casa, en la estuvimos hace muy poco. El jardín me subyugó al ser tan antiguo y aún romántico.
Vivir con un jardín es mi asignatura pendiente, pues crecí en uno inmenso...al menos para mí en aquel tiempo donde todo se ve enorme siendo un chiquillo.