
Queridos, lo bueno para el frío es también caminarlo.
Pero mejor meditativamente.
A ritmo, según convenga, lanzarse a sentir la fuerza del frío en la calle, por el campo, en el bosque a ser posible.
Respirarlo, tapaditos, pero respirarlo.
Y agradecer, agradecer notarlo.
Sentirnos vivos.
Pisar con nuestros pies la Madre Tierra, firme, dolorida...
tan llena de asfalto, pero irresistible.
Y saber que nuestra vida se aúna con todo cuanto existe que sea natural y ancho, abierto, como el pulso exacto del corazón humano.
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