
Madre: núcleo de mi vida,
te recuerdo alegre,
¡esa gracia tuya
de vivir la dicha!
Vives en nosotros,
sigues "siempreviva",
eres esa flor
que arrulla mi vida.
Madre deliciosa,
dulce de mis días,
fuíste luz del cielo,
que en todos habitas.
Así yo te siento,
vida de mi vida.
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Te quiero madre
por todo lo que has dado,
por tu salero,
por tu forma pacífica
de dar afecto.
Por tu ser silencioso,
tenue y discreto,
por tu fuerza de madre,
fuerza del trueno,
por tu suave presencia,
siempre en tu centro.
Pequeñilla de cuerpo,
ancha te siento,
grande como los santos
te llevo dentro.
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Bello, dulce y sentido.
ResponderEliminarQué bonito ver que la dulzura de la muerte genera algo tan tierno.
La muerte nunca es dulce, Moh, pero el corazón sí, él sí puede transformar la dureza de la separación del cuerpo sintiendo esas dulzuras que expresa el poema....mucho más allá de la presencia física del que se nos fué. La dulzura del corazón es inagotable y crece con el paso del tiempo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, sé que estás ahí.
Un beso dulce también para ti.