lunes, 30 de agosto de 2010

La vall de Boí, Pirineo de Lleida


Durante la primera semana de Agosto regresé al Balneario de Caldes de Boí, que cuenta con 37 fuentes potables, el más nutrido de España, cada una de ellas de diferentes características; las 18 fuentes que dan al enorme recinto de los jardines del Balneario fueron analizadas por mi padre hace más de cuarenta años, yo le acompañé en su trabajo durante dos veranos...y para mí éste fue siempre un lugar emblemático, lleno de afectos.


Subí muy de mañana a la Fuente Tartera, a 47 grados (la preferida de mi padre por su riqueza mineral), por un camino estrecho y umbrío, fresco y alegre, tapizado por una alfombra de hojas secas color tabaco, en el que las piedras del camino, enormes, verdeaban dichosas de musgo; en diez minutos estuve arriba y con mi vasillo plegable de plástico probé su sabor agudo a huevo podrido.

Aquel sabor me retrotrajo a mi infancia y me sentí agradecida.


Allí sentada en silencio, escuchando el sonido del agua y rodeada por infinitas lagartijas que trepaban vivaces entre las piedras, miraba yo al cielo ceñido de picos enormes mientras olfateaba una mezcla hecha del azufre de la fuente con el olor entrañable a resina de abeto.


¿Qué es el tiempo cuando todo es perfecto?


La soledad y la quietud de ese espacio inmenso a la vez que diminuto, lo familiar y lo absoluto, me abrazaban...y todo quedó en suspenso...por unos momentos.

Con eso bastaba.

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