lunes, 30 de agosto de 2010

Monasterio de Suso en San Millán de la Cogolla, La Rioja


Empezaba el verano con un viaje esencial, no por conocido de otros años menos indispensable. El mes de Julio abría el esplendor de sus árboles y yo corría a abrazarme con mis amigos de Logorño, que siempre amables me llevaron, pasados unos días en su generosa compañía, hasta el Monanterio diminuto de Suso y allí, a sus pies, en una sencilla posada pasé dos noches.


De mañanita, un lunes con todo cerrado, pues el domingo se dedica al turismo, subí chino chano el camino pecherón que conduce a través de un ameno bosque hasta la puerta de Suso; no necesité entrar, sino al contrario, permanecer anclada en esa soledad tan deleitable...y transportarme dentro de esa calma hasta la época de Berceo, la de tantos monjes que poblaron esta zona tan rica de espiritualidades...y viñas, por cierto, en la edad media.


El césped, la hierba crecida, las flores, mariposas, bichillos de mil colores y formas, reboloteaban, simpáticos y juguetones, y me acompañaron durante más de dos horas sola.

A lo lejos un paisaje tupido de árboles enmarcaba la escena con un decorado perfecto, que parecía acabado de hacer. El cielo rubricaba el espacio con su azul intenso, las nubes iniciales desaparecieron, se tuvieron que ir porque nada podía distraer la belleza de aquel encuentro, y yo, pasmada más que otra cosa, no pude sino estarme ahí, agradeciendo.


Bajé aún atontada y dichosa, la mente en blanco, sólo notando mis pies que triscaban alegres camino abajo mientras mis ojos se perdían entre las cosa que el camino me iba entregando.


Si supiéramos vivir así este mundo sería más calmo y mucho menos tecnificado, Berceo me entiende, él sabe de lo que hablo.

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