martes, 15 de enero de 2019

Quedarse

Entre otras cosas, hubo algo cotidiano que durante los  años que pasé en Sant Feliu, me costaba. Y era el irme a trabajar justo cuando la casa desperezaba, porque la luz del sol la inundaba asomando con fuerza su belleza arrebatada.

Recuerdo ver el amanecer sobre el mar  desde mi  terraza, entre ese silencio del día aún casi dormido. Ver las gaviotas remontar el vuelo saliendo del acantilado y oir el batir de sus alas; podían ser más de cien, las que desfilaban delante de mí, al fondo el faro, mientras otras se aliniaban blancas sobre la playa. Algún barquillo en el horizonte, a veces un transatlántico...o alguien caminando despacio por el paseo Dels Guíxols.

¿Cómo irse justo en ese instante? ¿Cómo perderse ese momento? Cómo permitir que pasara sin yo disfrutarlo?
Pero así sucedía día tras día. Al cerrar la puerta de casa, mi hogar se abría espléndido y yo me marchaba.

Ahora, ya en BCN, no tengo ese paisaje único,  pero puedo quedarme en casa sin la obligación de salir corriendo. Y puedo al fin degustar otros silencios,   otras bellezas, quizá  más simples y menos esplendorosas, pero no por eso menos cercanas y encantadoras.
Mi pequeña terraza de ahora contiene todo el aroma y la plenitud de aquella terraza frente al mar de antes; seguro que es así en gran parte, porque mi alma ya sabe de momentos sublimes y esa flor, su color, este cielo y algunas gaviotas pasajeras...la sumergen dulcemente y sin nostalgia en aquellos momentos estelares, que vivió  antes.

Ya no hay puerta que se cierre, marchándome, sino más bien permanencia y saboreo de hogar, como quise siempre.
¡Cosas buenas de este jubilarse!

2 comentarios:

  1. De ahí la palabra misma. Todo un júbilo. Todo un plàcer que espero poder disfrutar algún día.

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  2. Hermoso lo que escribes y lo que ves.:-)

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