viernes, 12 de febrero de 2021

Toña

Esto era una vez una familia con ocho hijos llegada a Barcelona en 1949 en pleno franquismo. Curiosamente al cabo de unos años -dejémoslo ahí- nací yo y me amadrinó mi hermana Toña, que entonces contaba 18 años. 

Y así empezó todo entre nosotras, hasta hoy que ya con 87 está ingresada en un hospital casi ciega y sorda, diabética  desde hace tiempo y sin ganas de nada, aunque guarda su genio de mil diablos...y su ternura.
Fuerte, resolutiva, capaz, preparada, muy inteligente, dispuesta - además de bella- y sobre todo generosa con su gran familia. Así ha sido Toña.
Hermana mayor, mi padre se apoyó en ella, ambos farmacéuticos tuvieron tema de sobras.

Estos días la siento muy cerca,  desde que murió mi madre, hace ya doce años, he ido mucho a verla...el virus lo ha espaciado, pero pude abrazarla en varias ocasiones, consolarla y expresarle el afecto de la hermana más chica... y es que esta Toña  fue cariñosa conmigo cuando fui niña, ejerció de madrina eficaz y solícita ...no falló una...sólo que ya adolescente las cosas cambiaron y su rechazo creó una larga distancia,  que oscureció durante muchos años lo bueno y sano de ser hermanas.

Pero vivir enseña y las dos creo aprendimos. Ahora -y ya hace tiempo- no hay más que bellos recuerdos y mucho agradecimiento...no a nosotras-par de pavas- sino al hacer de la vida, a sus bondades que todo lo aminoran y apaciguan.

Al final queda lo que somos de fondo y de base: puro amor y reconocimiento. El amor salta por encima de ideas y moralismos, supera posiciones antes enconadas, suaviza esquinas y olvida, el amor olvida lo superfluo y te abre suave por dentro. 
El amor te afloja haciendo a la vez de ti una roca, porque te ancla en una simple verdad...la de que somos sin saber  y somos buenos queriéndonos como podemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario