sábado, 20 de febrero de 2021

Don Mirlo

Acabo de ver desayunar al Mirlo en el largo poyo de mi terraza. Negro él, amorrado su pico amarillo al ladrillo rojo, se dibujaba volátil contra los pinos verdes del parque al fondo. 
Amanecía.
Y es que entre las rendijas de los ladrillos dejé caer hace semanas un sembrado de migas de pan por si las moscas...y aún estaban.
 Hasta ahora don Mirlo comedor tiraba de bayas rojas y espléndidas de mi Esparraguera, pero el otro día observé que ya se las zampó todas -tras unos días de duda moral, decidí quedarme sin ellas  para poder verlo de cerca- y deduje entonces que no volvería. 
¡Pero ahí estaba hoy! Se comía las migajas olvidadas  con una total fruición! 
 Mientras picotea debo de ser una estatua, no deja de mirar de reojo y de tanto en poco gira la cabeza a un lado y a otro, no se fía.
Animales, pensaba yo...naturaleza en estado puro en plena ciudad, !qué lujo!

Me invitan a reflexionar los Mirlos estos, su forma de estar tan distinta a la nuestra, siempre alertas; desde mi perspectiva humana diría que son desconfiados...¡y nosotros dándonos tantas veces de morros en la misma piedra!
 El humano capaz de la más alta tecnología o de crear su propia lengua, su propia cultura, cae una y otra vez en el abuso mental del miedo y en la ignorancia de sí mismo y de sus sentimientos. Los animales no, ellos siguen desarrollando sistemas de adaptación -algunos sofisticados- y continúan sin descanso afinando su instinto. 

Y me pregunto yo si su fuerza no radica en ser tan suyos, tan propios, tan individuales dentro de su colectivo como especie.
Me pregunto yo si esta educación nuestra  tan dependiente unos de otros, en la que el individualismo está en muchas ocasiones mal interpretado, no será la causa quizá de esta pérdida notoria de nuestra fuerza vital como individuos.
 El gran atractivo del animal radica sin duda en ser ellos mismos.

2 comentarios:

  1. Magnífica reflexión... Enhorabuena....

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  2. Los pájaros saben que quieta y silenciosa es la noche, y que solo las almas de los humanos escuchan, enfermas, el murmullo extinto del paraíso que fue. Aquel vagar admirados en la floresta recién inventada y fresca, aquel discurrir suave sin llanto rapaz, sin estremecimiento extraviado, aquel ser sencillo en la creación mágica. A veces, leves, ligeros, aleteantes, se acercan misericordiosos los pájaros a los humanos. Vienen del olvido, de la nada, de lo incognoscible. Pero ahí están, mirando de reojo, observando, y recordándonos que también nosotros un día fuimos aves del paraíso.

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