Nunca supe dar razón de este desapego inexplicable... hasta que hoy, hace un momento, me levantaba del sofá para ir a la cocina y de repente -sin saber por qué- me he girado hacia el ventanal que ilumina toda la sala...y ahí estaba como si nada...de golpe, espléndida, toda la luz mediterránea.
Y he sabido al fin que aquí sigue la misma luminosidad de esa cal de edificios, sus tejas amarronadas, aquellos pinos verdes, rebolondos, infinitos, su viento, su aire...y aquel cielo azul...sus nubes blancas entrelazadas. Otra intensidad quizá, otro lugar, pero los mismos elementos que allí me enamoraban.
Ese regalo te ha dado la vida: poder reconocer en sitios diversos la unidad de la belleza que está en tu mirada y viaja a lo largo del tiempo. Como un olor o un sabor, el color de un cielo y la luminosidad también viajan contigo a lo largo de la vida. Que ese continuum no te falte nunca. Abrazo desde la "embrumada" Amsterdam.
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