viernes, 8 de mayo de 2020

Entrega1- Suicidio vecinal

  Ayer subí de nuevo a mi azotea para hacer los dos mil pasos rutinarios ( dos kilómetros en 20 minutos) y cuál no fue mi sorpresa cuando vi a unos vecinos -alguno ya jubilado- que se disponían, alineados de uno en uno sobre el poyete,  a saltar directo al vacío.
 La sangre se me heló y contuve el aliento ahogando un grito que seguro los habría precipitado en tumulto sobre el abismo de alguno de los patios. Me apoyé aterrada en la pared y medio recuperando el tino, me deslicé agazapada para observarlos...al fin y al cabo en un mundo ya descabellado, esto no dejaba de ser hasta algo incluso lógico, una decisión libre frente al confinamiento.

Al fondo Barcelona seguía en su lapsus.

Pude ver cómo el del entresuelo - impoluto todo de blanco con mallas y tirante elásticos- capitaneaba la operación y cómo, sin dilación ni duda alguna, el resto del grupo le seguía alborozado. Ante una muerte cierta... ¿esa actitud  divertida a qué respondía? Mi cerebro iba a cien sin encontrar respuestas.
 Ajenos a mí, encaramados  sobre los ladrillos rojos, los suicidas esperaban  alertas sin mover pieza.
Miré despacio lo irremediable y entre ellos distinguí  a la presidenta de la escalera - separada  con dos hijas al cargo- agarrada a los alambres extensibles de tender la ropa, mientras ensayaba flexiones mirando al vacío; el patio de luces  esperaba un descuido de alguno para engullirlo.

Voló fugaz una gaviota sobre las cabezas y un enorme escuadrón de palomas despegó arrasando.

 Esperaba lo peor, mis piernas  no aguataban ya la tensión y  estirada cual larga soy evitaba mirar ese  horror del que mi conciencia me impedía huir. Resignada a mi mala suerte intentaba no pensar, cuando de pronto vi cómo el grupo vecinal se embutía cada cual en una capa negra, lacia y desgastada, que desplegaron con una agilidad diáfana,  pasando a ser de golpe supermanes a la española. Vi al matrimonio de nuestro rellano cubriéndose los ojos con  unas gafas de piscina, mientras el viudo de abajo se ponía unos guantes de fregar los platos y  el calvo del primero se aderezaba un gorro tirolés algo militarizado.
Parecían atracadores salidos de un TBO de mi infancia... antihéroes ridículos y valientes.

Pero la capa ya ondeaba y el viento daba alas.
 Vistos así, en esa fila estrecha y apretada, eran muñecos de feria dispuestos a que los dispararan. Un sólo corazón, una sola alma...en pena, que eso me daban.
Sola contra la pared en la enorme terraza, estuve apunto de unirme al grupo y así atenuar la sensación de observador sin poder hacer nada. La angustia y la admiración me dominaban.
Todo permanecía  envuelto en una tensa calma cuando mi sorpresa rozó el paroxismo. El capitán agarró al primero del grupo y  entrelazados unos a otros cual cuerda o mordaza  saltaron de golpe al vacío.

En ese instante un mazazo enorme me nubló el cerebro.

(continuará)




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